Dejar de pecar



Por Josué I. Hernández
 

“Sed sobrios, como conviene, y dejad de pecar; porque algunos no tienen conocimiento de Dios. Para vergüenza vuestra lo digo” (1 Cor. 15:34, LBLA).

 
¿Será posible que algunos llamados “cristianos” estén practicando el pecado? Esto hacían los corintios, pero no es la voluntad de Dios que los que han muerto al pecado vivan aún en él (Rom. 6:1,2). Sencillamente, no tenemos que pecar, no debemos pecar, y si alguno lo está haciendo, debe dejar de pecar: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis” (1 Jn. 2:1).
 
Jesucristo dijo al que había sanado, “no peques más” (Jn. 5:14), y también dijo a la mujer a quien perdonó, “no peques más” (Jn. 8:11). Debían dejar de pecar porque el que practica el pecado es del diablo (1 Jn. 3:8), y el que hace pecado es un esclavo del pecado (Jn. 8:34; cf. Rom. 7:14-24).
 
No tenemos que pecar, elegimos pecar, decidimos pecar, sucumbimos a la tentación en lugar de vencerla (cf. 1 Cor. 10:12; Sant. 1:2-4; 1:12), pero no tenemos que pecar. El pecado es engañoso (Heb. 3:13) y ofrece deleites (Heb. 11:25) pero siempre esclaviza corrompiendo (Gal. 6:7,8). Esta es la razón por la cual Dios ofrece la liberación para que le sirvamos en santificación (cf. Rom. 6:19-23; 8:1-8; 1 Tes. 4:3; 5:22,23).
 
Dios no quiere que participemos en las obras infructuosas de las tinieblas (Ef. 5:11), sino que andemos como hijos de luz (Ef. 5:8) experimentando lo que es agradable al Señor (Ef. 5:10; cf. Rom. 12:2).
 
Si realmente queremos dejar de pecar, debemos estar dispuestos a evitar a las personas, los lugares y las actividades que estimulan el pecado (cf. Rom. 13:14; 1 Cor. 15:33). El arrepentimiento es imprescindible (cf. Hech. 8:22) porque es para vida (Hech. 11:18). Es necesario abandonar el pecado, acudir a Dios y aceptar las consecuencias (cf. Luc. 15:17-21).
 
Si realmente queremos dejar de pecar, debemos buscar personas, lugares y actividades donde se enfatiza el fruto del Espíritu (cf. Gal. 5:16-26). Es decir, debemos trabajar con diligencia para desarrollar el fruto del Espíritu en nuestras vidas, andando en el Espíritu (Gal. 5:16,25), “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gal. 6:8).
 
Si realmente queremos dejar de pecar, debemos desear con todo el corazón complacer a Dios (cf. 2 Cor. 5:9; Col. 1:10). Debemos aprender a discernir entre el bien y el mal (Heb. 5:14) y elegir aquello que agrada al Señor (cf. Col. 3:17,23).
 
Las excusas y justificaciones no cambian la situación pecaminosa. Si algunos están practicando el pecado deben abrir los ojos a la gravedad de su situación: “Sed sobrios, como conviene, y dejad de pecar; porque algunos no tienen conocimiento de Dios. Para vergüenza vuestra lo digo” (1 Cor. 15:34, LBLA).