“Sed sobrios, como conviene, y dejad de pecar;
porque algunos no tienen conocimiento de Dios. Para vergüenza vuestra lo digo”
(1 Cor. 15:34, LBLA).
¿Será posible que algunos llamados “cristianos”
estén practicando el pecado? Esto hacían los corintios, pero no es la voluntad
de Dios que los que han muerto al pecado vivan aún en él (Rom. 6:1,2).
Sencillamente, no tenemos que pecar, no debemos pecar, y si alguno lo está
haciendo, debe dejar de pecar: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para
que no pequéis” (1 Jn. 2:1). Jesucristo dijo al que había sanado, “no
peques más” (Jn. 5:14), y también dijo a la mujer a quien perdonó, “no
peques más” (Jn. 8:11). Debían dejar de pecar porque el que practica el
pecado es del diablo (1 Jn. 3:8), y el que hace pecado es un esclavo del pecado
(Jn. 8:34; cf. Rom. 7:14-24). No tenemos que pecar, elegimos pecar, decidimos
pecar, sucumbimos a la tentación en lugar de vencerla (cf. 1 Cor. 10:12; Sant.
1:2-4; 1:12), pero no tenemos que pecar. El pecado es engañoso (Heb. 3:13) y
ofrece deleites (Heb. 11:25) pero siempre esclaviza corrompiendo (Gal. 6:7,8).
Esta es la razón por la cual Dios ofrece la liberación para que le sirvamos en
santificación (cf. Rom. 6:19-23; 8:1-8; 1 Tes. 4:3; 5:22,23). Dios no quiere que participemos en las obras
infructuosas de las tinieblas (Ef. 5:11), sino que andemos como hijos de luz
(Ef. 5:8) experimentando lo que es agradable al Señor (Ef. 5:10; cf. Rom. 12:2). Si realmente queremos dejar de pecar, debemos
estar dispuestos a evitar a las personas, los lugares y las actividades que
estimulan el pecado (cf. Rom. 13:14; 1 Cor. 15:33). El arrepentimiento es
imprescindible (cf. Hech. 8:22) porque es para vida (Hech. 11:18). Es necesario
abandonar el pecado, acudir a Dios y aceptar las consecuencias (cf. Luc.
15:17-21). Si realmente queremos dejar de pecar, debemos buscar
personas, lugares y actividades donde se enfatiza el fruto del Espíritu (cf.
Gal. 5:16-26). Es decir, debemos trabajar con diligencia para desarrollar el
fruto del Espíritu en nuestras vidas, andando en el Espíritu (Gal. 5:16,25), “Porque
el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra
para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gal. 6:8). Si realmente queremos dejar de pecar, debemos
desear con todo el corazón complacer a Dios (cf. 2 Cor. 5:9; Col. 1:10).
Debemos aprender a discernir entre el bien y el mal (Heb. 5:14) y elegir
aquello que agrada al Señor (cf. Col. 3:17,23). Las excusas y justificaciones no cambian la
situación pecaminosa. Si algunos están practicando el pecado deben abrir los
ojos a la gravedad de su situación: “Sed sobrios, como conviene, y dejad de
pecar; porque algunos no tienen conocimiento de Dios. Para vergüenza vuestra lo
digo” (1 Cor. 15:34, LBLA).