Por Josué I. Hernández
Cuando el apóstol Juan señaló el “pecado de muerte”, es decir, que lleva inevitablemente a la muerte eterna, él se
refería al pecado no confesado por un hermano que no se arrepiente (cf. 1 Jn. 1:9;
5:16,17). Todo pecado del cual el pecador no se arrepienta es pecado de muerte
para él, es decir, pecado que nunca le será perdonado.
El evangelio contiene una ley del
perdón tanto para el pecador del mundo (Hech. 2:38), como para el hijo de Dios
que hubiere pecado (Hech. 8:22; 1 Jn. 2:1). El obediente será justificado (cf. Sant.
2:22-26; Heb. 11:7; Rom. 3:30; 10:16). El desobediente no tiene esperanza de
perdón (cf. Heb. 5:9).
