Pecado mortal



Por Josué I. Hernández

 
En la teología católica los pecados se categorizan según su gravedad, mortales y veniales, y se afirma que los pecados mortales destruyen la vida de gracia y paz, mientras que los pecados veniales son de culpa menor.
 
Una lista de pecados originada en el catolicismo temprano agrupó a siete pecados como fuente de otros males, y fueron llamados “los siete pecados capitales”, los cuales son una forma de idolatría que exalta al ego, donde lo subjetivo prevalece por sobre lo objetivo. Fueron catalogados como “capitales” porque son la cabeza o raíz de otros pecados o vicios.  
 
La Biblia desconoce tales clasificaciones del catolicismo romano, aunque sí identifica a los llamados “siete pecados capitales”, junto con toda otra forma de transgresión de la ley divina, como pecados (cf. 1 Jn. 3:4).
 
Existen varias listas de pecados en las sagradas Escrituras (ej. Prov. 6:16-19; Rom. 1:28-32; Gal. 5:19-21; Col. 3:5-9). Sin embargo, no hay manera de señalar a ciertos pecados como los pecados “mortales” y a otros pecados como “veniales”.

Cuando el apóstol Juan señaló el “pecado de muerte”, es decir, que lleva inevitablemente a la muerte eterna, él se refería al pecado no confesado por un hermano que no se arrepiente (cf. 1 Jn. 1:9; 5:16,17). Todo pecado del cual el pecador no se arrepienta es pecado de muerte para él, es decir, pecado que nunca le será perdonado.
 
El evangelio contiene una ley del perdón tanto para el pecador del mundo (Hech. 2:38), como para el hijo de Dios que hubiere pecado (Hech. 8:22; 1 Jn. 2:1). El obediente será justificado (cf. Sant. 2:22-26; Heb. 11:7; Rom. 3:30; 10:16). El desobediente no tiene esperanza de perdón (cf. Heb. 5:9).