Prófugo



Por Josué I. Hernández
 

¿Era el apóstol Pablo un prófugo?

 
El término “prófugo”, del latín “profugus”, significa “el que huye”, y se utiliza principalmente para describir a una persona que huye de la justicia. Esta huida implica una evasión deliberada de los cargos y sanciones correspondientes. Usualmente, el prófugo recibe algún apoyo para huir, y quienes le apoyan, participan de un encubrimiento para favorecer la evasión.
 
Mientras alguno huye de sus responsabilidades legales, Jesucristo dijo: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mar. 12:17). Conforme a esta enseñanza del Señor, Pablo escribió: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Rom. 13:1), “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra” (Tito 3:1). El apóstol Pedro también declaró: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien” (1 Ped. 2:13,14).    
 
El gobierno está puesto “para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien” (1 Ped. 2:14), y ejecutar la pena de muerte si fuere necesario, “porque no en vano lleva la espada” (Rom. 13:4), por esta razón Pablo dijo: “Porque si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehúso morir” (Hech. 25:11).  
 
El apóstol Pablo sufrió mucho por la causa de Cristo (ej. Hech. 14:19; 16:23; 21:31), pero no huía de la justicia procurando evitar algún castigo merecido. Él no era un prófugo de la justicia. Sus padecimientos no estaban legalmente justificados (cf. 2 Tim. 2:9,10; 1 Ped. 2:20).
 
Mientras el prófugo huye para evitar sufrir el castigo merecido, los verdaderos cristianos se someten a las autoridades civiles, aunque esta subordinación involucre sanciones por delitos pasados.
 
Dios perdona al obediente, y este último es liberado de la culpa de sus pecados (cf. Hech. 2:38; 8:22). Sin embargo, la obediencia al evangelio no libra al delincuente arrepentido de las consecuencias legales de su conducta.