Por Josué Hernández
Esta
fue la forma de responder de Caín al cuestionamiento de Dios. Ciertamente es
una pregunta reflexiva, pronunciada por un malo, pero que nos amonesta a que
seamos lo contrario de él. Es decir, no debemos ser como Caín.
“Entonces
el SEÑOR dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy
yo acaso guardián de mi hermano?” (LBLA). La
respuesta divina es elocuentemente implicada. Caín había matado a su hermano
porque Dios había aceptado la ofrenda de Abel, pero había rechazado la ofrenda
suya (Gen. 4:3-8; cf. 1 Jn. 3:11,12).
Podemos
hacer una aplicación directa a nuestro caso en nuestra responsabilidad para con
nuestros hermanos en Cristo. ¿Somos nosotros acaso guardas de nuestros
hermanos? ¿Hemos asumido la responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros?
El Nuevo Testamento deja claro que cada cristiano tiene la responsabilidad
sagrada de ser un guarda de sus hermanos en Cristo. De hecho, muchos pasajes
enfatizan nuestra responsabilidad de ser guardianes de nuestros hermanos.
El
cristiano es responsable de ser un guardián de sus hermanos. Y este punto
no es difícil de establecer, porque debemos amarnos los unos a los otros, así
como lo ordenó el Señor Jesús (Jn. 13:34,35; 15:12,17). Como lo enseñó Pablo
(Rom. 13:8; 1 Tim. 4:9). Como lo enseñó Pedro (1 Ped. 1:22). Como lo enfatizó
Juan (1 Jn. 3:11,12,23; 4:7-12; 2 Jn. 5).
El amor
aquí señalado no es el de la simpatía por afectos mutuos, o el que naturalmente
expresamos por parentesco. Aquí estamos estudiando acerca de la buena voluntad
activa, según la cual el fiel discípulo amará procurando el bien del ser amado
sacrificándose por el bien del otro (cf. 1 Cor. 13:4-7). Este amor lo
aprendemos de Dios (1 Jn. 4:7-12).
El
cristiano como guardián de sus hermanos, ama a sus hermanos velando activamente
por su bienestar. Amarnos los unos a los otros significa que debemos recibirnos
los unos a los otros (Rom. 15:7), amonestarnos los unos a los otros (Rom.
15:14), edificarnos los unos a los otros (Rom. 14:19), servirnos los unos a los
otros (Gal. 5:13), sobrellevar las cargas los unos de los otros (Gal. 6:1,2),
perdonarnos los unos a los otros (Ef. 4:32), someternos los unos a los otros
(Ef. 5:21), exhortarnos los unos a los otros (Heb. 3:12,13), considerarnos los
unos a los otros (Heb. 10:24,25), hospedarnos los unos a los otros (1 Ped.
4:8-10).
Evaluando
nuestra responsabilidad como guardianes de nuestros hermanos. La evaluación personal
es necesaria. Pablo dijo por el Espíritu, “Examinaos a vosotros mismos si
estáis en la fe” (2 Cor. 13:5).
En consideración de aquello, y procurando
una sincera evaluación, cuando llega un nuevo hermano a la familia, ¿Lo
recibimos o los ignoramos (Rom. 15:7)? ¿Sabemos sus nombres? ¿Sabemos su número
telefónico? ¿Sabemos su dirección? ¿Oramos por ellos? ¿Les animamos?
¿Procuramos su edificación (Rom. 14:19)? ¿Ponemos el ejemplo en palabras y
actitud? ¿Nos sometemos a ellos o queremos manipularles (Ef. 5:21)? ¿Les
servimos en amor o esperamos que ellos nos sirvan (Gal. 5:13)? ¿Les demostramos
hospitalidad (1 Ped. 4:8-10)? Ciertamente, podemos hacernos varias preguntas.
Y cuando alguno es
sorprendido en alguna falta (Gal. 6:1), ¿le consideramos (Heb. 10:24,25)?
¿Estamos dispuestos a aceptar sus cargas (Gal. 6:1,2)? ¿Procuramos restaurarle
con espíritu de mansedumbre? ¿Le exhortamos para no se endurezcan por el engaño
del pecado (Heb. 3:12-14)? ¿Estamos dispuestos a perdonarle si se arrepiente
(Ef. 4:32)?
Entonces,
¿soy yo acaso guarda de mis hermanos? ¿Estoy plenamente identificado como un
guardián de mis hermanos en Cristo? Si no es así, ¿no debo arrepentirme?